Será impartida la conferencia Una obra, una historia. Max Ernst, a 125 años de su natalicio

  • Para recordar al pintor y escultor nacido en Alemania y ahondar en hechos poco conocidos del artista
  • Participarán Tere Arcq, Laura Martínez Terrazas y Mariana Sainz Pacheco como moderadora
  • El jueves 14 de abril a las 16:00 en el auditorio del Museo Tamayo Arte Contemporáneo

Max Ernst (1891-1976), de acuerdo con una aseveración de André Breton de 1929, era “el cerebro más magníficamente encantador de nuestros días”.

Ese encanto continúa perviviendo en el siglo XXI. Por ello, el Instituto Nacional de Bellas Artes (INBA) ha organizado la conferencia Una obra, una historia. Max Ernst, a 125 años de su natalicio, que se llevará a cabo el jueves 14 de abril a las 16:00 en el Museo Tamayo Arte Contemporáneo, con la participación de Tere Arcq, profesora de historia del arte en Casa Lamm, y Laura Martínez Terrazas, coordinadora de la colección Ortiz Monasterio Riestra. Mariana Sainz Pacheco, subdirectora de Exposiciones Internacionales de la Coordinación Nacional de Artes Visuales del INBA, será la moderadora.

Admirado lo mismo por Breton que por Dalí y Éluard, Ernst tenía un prestigio cimentado en la experiencia que la había otorgado su intenso pasado como héroe del dadaísmo alemán, movimiento al que el artista se adhirió con entusiasmo en cuanto tuvo noticias de su existencia, escribió el crítico de arte Juan Antonio Ramírez.

En El suelo de los monstruos produce la (sin) razón. Lo emblemático y lo narrativo en las novelas visuales de Max Ernst, epílogo del libro Max Ernst. Tres novelas en imágenes que editó Atalanta, Ramírez señala que los berlineses Grosz y Herzfelde, representantes del ala más politizada del dadaísmo, fueron los que le inocularon “el virus de la trasgresión artística radical”.

Luego de exponer en París en 1921 en los locales de la editorial y librería Au Sans Pareil, el éxito de Ernst entre los poetas y artistas de la vanguardia local fue muy grande, refiere Ramírez, y alcanzó su clímax con Au rendez-vous des amis, donde aparecen Dostoievski, De Chirico y Rafael al lado de Péret, Soupault, Crevel, Éluard, Aragon, Breton, Desnos y Gala, entre otros integrantes del aún incipiente movimiento surrealista.

A decir del crítico, el pintor y escultor nacido en Alemania y nacionalizado francés tuvo sus años decisivos para la invención y el desarrollo de sus técnicas y lenguajes en la década de los veinte. Sus dos principales procedimientos fueron los derivados del frottage o el grattage, con imágenes aleatorias obtenidas con la ayuda azarosa de improntas varias, y las técnicas tradicionales de pintura, en cuadros que representan elementos reconocibles.

“Pero en ambos casos se detecta una voluntad de ir más allá de la pintura, por utilizar su propia expresión: operan en el mundo preexistente y conciben las obras como huellas de una realidad física de la que se apropian sin contemplaciones. Max Ernst no inventaba nada. Y en los cuadros más tradicionales ofrecía la representación de cosas heterogéneas que conservaban su propia entidad, adquiriendo una intensa carga poética al yuxtaponerse con otras en el espacio físico del cuadro. Max Ernst era, pues, un pintor realista porque no pretendía reinterpretar a su modo el material en bruto que le ofrecía el mundo”, asevera Ramírez.

En cierta ocasión, dijo el propio artista que el collage “es la explotación sistemática de la coincidencia casual, o artificialmente provocada, de dos o más realidades de diferentes naturalezas sobre un plano en apariencia inapropiado (…) y el chispazo de poesía, que salta al producirse el acercamiento de esas realidades”.

Pere Gimferrer, poeta y crítico español, afirma en un ensayo que el desvanecimiento, la disolución, es la esencia del frottage. Situado al principio y al fin de la carrera de Max Ernst, este procedimiento, del que fue el iniciador, posee en su obra una significación particular. Se trata de un vehículo de irracionalidad, de un medio para que el material mismo suscite la obra, de una intervención del azar y los accidentes de la materia en la propia configuración del espacio plástico.

A Max Ernst se le conoce también por ser el autor de los libros-collages La mujer de cien cabezas (1929) y Una semana de bondad (1934).

Breton, el padre del surrealismo, aseguró en una entrevista que “no es exagerado decir que los primeros collages de Max Ernst, que poseen un poder de sugestión extraordinario, fueron recibidos por nosotros como una revelación”.

Ernst practicó diversas y originales técnicas pictóricas, siempre dentro de la estética de lo absurdo y dictadas por el automatismo característico del surrealismo. Mediante el balanceo de una lata de pintura agujereada experimentó la técnica del goteo, claro antecedente del futuro dripping de Pollock.

Fue inventor del frottage en 1925, que consiste en la reproducción de texturas al pintar, sobre un papel superpuesto, una superficie con relieves. Más tarde experimentó con el grattage, en el que se raspan o graban los pigmentos ya secos sobre un lienzo o tabla de madera.

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