En el Museo Tamayo buscamos la belleza y una reflexión contemporánea sobre cómo somos: Juan Carlos Pereda

  • El subdirector de Colecciones del recinto y especialista en el creador oaxaqueño encabezó un recorrido por la bodega del museo
  • Como parte de las actividades conmemorativas por el 25º aniversario del artista

“Tamayo decía que el cuadro no está terminado hasta que un nuevo espectador se planta frente a él y le pregunta cosas, y cuando uno cuestiona, hay respuestas”, aseveró Juan Carlos Pereda, subdirector de Colecciones del Museo Tamayo Arte Contemporáneo, durante la primera de dos visitas guiadas por la bodega del recinto, que encabezó el viernes 24 de junio, en el marco del 25º aniversario luctuoso del creador oaxaqueño.

“Ahora que lo conmemoramos, 25 años después de que se fue, sigue muy presente con la generosidad e inteligencia de haber hecho un museo para el público: un lugar de reunión, de intercambio de ideas, de discusión, donde ya no solamente buscamos la belleza, sino también una reflexión contemporánea sobre cómo somos. Este museo es un espacio privilegiado para el sentimiento, la emoción, el trabajo intelectual y de reflexión, y Tamayo nos lo abrió para que tuviéramos la oportunidad de conocernos mejor”.

Juan Carlos Pereda es uno de los principales especialistas en la vida y obra de Rufino y Olga Tamayo. El recorrido estuvo aderezado con numerosas anécdotas y referencias en ese sentido, como la razón por la que el artista firmó todos sus cuadros, a partir de 1944, con una O adicional a un costado de la fecha:

“Cuando Olga enfermó gravemente en 1944, contaba el maestro que le tomó la mano y le dijo: ‘Alíviate, y a partir de hoy todo lo que pinte es para ti’. Entonces, desde el cuadro Desnudo en blanco, Tamayo incorporó una O, que es la inicial de Olga, en su firma, antes el año de producción, como una forma de dedicatoria a su mujer”.

Con pasión y conocimiento, Juan Carlos Pereda describió algunas de las 315 obras que Rufino y Olga Tamayo legaron al pueblo de México, a las que se han sumado 300 provenientes de donaciones posteriores y de adquisiciones realizadas por el Instituto Nacional de Bellas Artes.

“En esta bodega encuentra el museo su razón de ser. Regularmente aquí solo tiene acceso la gente de curaduría y de registro de obra. La colección del Museo Tamayo abrió horizontes y posibilidades para que los artistas en formación vieran por primera vez en vivo un Bacon o un Picasso, o vinieran a estudiar un Rothko, en un contexto de un país que, todavía en los ochenta, estaba inmerso, como decía Tamayo, ‘viéndose el ombligo’, cuando todavía la rifaban Rivera, Siqueiros y Orozco, que son monumentos extraordinarios de la cultura del país, que nos dieron una identidad, lo que hizo Tamayo fue abatir todo eso.

“Tamayo decía que nos estábamos viendo nada más a nosotros mismos y que había que complementar lo ricos que somos con esa visión externa. El museo abrió en 1981 con una colección magnífica, en aquel momento de 315 obras, adquiridas dólar por dólar por Tamayo. No recibió donaciones ni intercambios. Cada pieza de la colección la quiso comprar. Asesorado en gran medida por Fernando Gamboa, otra figura importantísima para la cultura moderna de este país, Tamayo hizo una lectura enciclopédica de las ideas en el arte del siglo XX, sobre todo a partir de la segunda mitad, cuando la posguerra era un fenómeno inasible pero que todo mundo vivía, y la crisis espiritual, económica y política se respiraba permanentemente”.

La razón por la que compró toda la obra y no aceptó donaciones ni intercambios, agregó, fue porque no quería que lo condicionaran ni que le impusieran criterios que no fueran el suyo. “Pudo tal vez haber logrado conseguir más piezas, pero al final eso le da un plus a la colección, porque es la visión de un hombre de su talla.

“Tamayo fue comprando la colección con un ojo impecable, no solamente por el nombre del artista y la pieza, sino también por ser representativa del mismo, como el cuadro, Untitled (Plum, Orange, Yellow) de Mark Rothko, de 1947, que sabemos inmediatamente que es un Rothko porque tiene cualidades específicas de los campos de color de sus obras más conocidas”.

Oliver Wick, uno de los expertos más importantes en la obra de Rothko, y quien ha realizado varias de las curadurías del artista, “siempre busca este cuadro –uno de los que más hemos prestado–, porque dice que es el más bello de la transición del autor entre una etapa y otra. Además de ser un Rothko, es un Rothko muy bien seleccionado, inteligente y sensiblemente elegido.

“Luego tenemos esta pieza de Victor Vasarely (Ceti lum, 1966-1973). A Tamayo no le gustaba el arte óptico ni el cinético, pero sabía que era importante para entender el desarrollo de la historia del arte moderno. Entonces, compró obra significativa de ellos, aunque no le gustaban, porque sentía que tenía un deber social de narrar la historia del arte no solamente desde su perspectiva, sino desde un punto de vista donde también debería estar incluido, por ejemplo, el arte pop, que tampoco le gustaba para nada. Pero compró obra de Andy Warhol y de varios de los artistas pop para la colección, porque sabía que debía estar presente este movimiento en el acervo”.

Muy probablemente los cuadros Peinture (1927) de Joan Miró, “la obra más antigua del acervo, la cual se relaciona con la música, especialmente con lasGimnopedias de Satie, de manera simbólica”, y Collage with Music and Canvas II (1974) de Robert Motherwell, fueron elegidos por Olga Tamayo, sugirió Pereda.

«Doña Olga estudió para concertista de piano en el Conservatorio Nacional de Música y siempre tuvo un enrome apego por la música. Aunque ya no siguió su carrera de pianista por administrar la carrera de Tamayo, siempre continuó tocando el piano”.

Una de las piezas maestras de la colección: Two Figures with a Monkey(1973) de Francis Bacon, “podría estar en cualquiera de los mejores museos del mundo. En este cuadro extraordinario, icónico y muy sintético de todo aquello que había buscado Bacon integrar a su poética, plasmó la soledad del hombre contemporáneo en una nueva figuración, con el mono que es símbolo de la locura y el erotismo, y esa asepsia, sordidez y, al mismo tiempo, su perfección renacentista. La proporción áurea con la que está compuesto el cuadro es muy nítida”.

Entre el Rothko y el Bacon, añadió, “vemos que existe esa forma de ver especial de Rufino Tamayo, quien compró obras que no solo son estéticas, sino también importantes”.

De entre las piezas de artistas mexicanos, resaltó las de Francisco Toledo “una suerte de hijo espiritual de Tamayo. Ellos, Rufino y Olga, sabían que tenía un talento extraordinario y siempre lo apoyaron: lo conectaron con sus galerías y sus coleccionistas, y desde muy pronto tuvo la oportunidad de desarrollarse internacionalmente con un lenguaje muy propio. De él encontramos cuadros emblemáticos como Mujer atacada por peces (1972), muy característico de la propuesta estética que ha desarrollado, con la evocación de lo prehispánico; esa manifestación de lo artesanal, puesta en las arenas; el dibujo, recuperado del grafiti y al mismo tiempo de los códices prehispánicos, y esa idea tan vital que Toledo tiene de lo sexual”.

De las obras de Tamayo –las que no fueron prestadas a la exposición inaugurada recientemente en la National Gallery of Canada–, destacó elRetrato de Olga (1964), “monumental, de gran aliento, lleno de emotividad y afectividad. Es Olga convertida en una suerte de madona atemporal y, simultáneamente, en una deidad prehispánica: Tamayo le puso un círculo en la mejilla, como símbolo de dignidad sacramental. Y tiene además la rúbrica de Tamayo como pintor: esa sandía que lo hizo internacionalmente famoso, en este cuadro que también nos recuerda a Cézanne”.

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