Juana de Santa Catalina, la primera monja compositora de la que tenemos noticia

Por: Enid Negrete

“Entre las muchas y puras estrellas que han hermoseado el religioso convento de nuestras monjas de la ciudad de México, hijas de nuestro glorioso padre de Santo Domingo,  es un lucero hermosísimo bastante a ilustrar el cielo que la tierra tiene nuestra Provincia, Sor Juana de Santa Catalina…” 

–Fray Alonso Franco

Así comienza su semblanza de esta monja extraordinaria Fray Alonso Franco en su Historia de la Provincia de México de 1645. Él nos relata cómo Juana Hurtado de León (1588-1633), proveniente de una familia acomodada, cuya devoción religiosa hizo que la casa en la que vivían y donde su hija Juana —entonces de siete años de edad— había nacido se le donara al convento de Santa Catarina de Siena. Al cumplirse el trato y entrar las religiosas a ocupar el inmueble, la pequeña Juana se niega a abandonar el recinto y decide quedarse como monja de clausura toda su vida, sin haber conocido nada que no fuera ese edificio. Es así como se convierte en Sor Juana de Santa Catarina.

Este mismo autor le alaba virtudes para la época que ahora nos parecerán extrañas, de hecho hoy se tomarían como señales de una psique no especialmente sana, por ejemplo: “Nunca tuvo ejercicios de niña, antes huyó de pueriles conversaciones. Apartábase de las otras niñas y buscaba la soledad para con más quietud y sosiego darse a la oración”, pero también nos deja claro que se trataba de un prodigio que a los siete años ya sabía leer  y escribir, empezando en la composición musical también muy tempranamente. 

Según varios estudios de la época, podemos dilucidar que la música durante la colonia significaba una de las formas de educar a la mujer en el buen camino, lo que le hacía más apta para conseguir un buen marido, además de uno de los pocos medios honestos para ganarse la vida pero también para alabar a dios convenientemente, por lo que todos los colegios, los conventos, los beaterios y los recogimientos, dedicaban buena parte de su tiempo a la formación de mujeres en la música.  Se daba tanta importancia y se valoraba tanto una buena ejecución musical, que hubo chicas pobres que pudieron pagar su dote para ser monjas cantando o ejecutado instrumentos virtuosísticamente. 

Haber destacado en este ambiente debe haber sido verdaderamente difícil, sin embargo cuando Juana profesa tiene 25 años y ya es una intérprete famosa, un genio de las matemáticas y una prolífica compositora, de la que, desgraciadamente, no conservamos su obra o al menos no la hemos encontrado.

Los relatos de su fervor religioso -que nos llevan a pensar en ella como una mujer profundamente solitaria, melancólica y de cierto masoquismo- además de la idealización con la que se describe su casi santidad, no nos dejan saber mucho sobre la profundidad de su trabajo.  

¿Qué hace que una niña de inteligencia por encima de la media decida no salir a la calle y dedicarse con tanto fervor al oficio religioso? Fray Alonso también nos cuenta que nunca conoció a otro hombre que no fuera su padre, que hablaba sólo con seis de las monjas que la rodeaban, que nunca aceptó cargos ni funciones directivas en su convento y que toda su ropa llevaba cosidos tres clavos para  auto flagelarse en nombre divino. 

Quizá, si escucháramos su música sabríamos más de esta alma que parece tan atormentada y, que como dice Fray Alonso, nos llega como una estrella: la luz de un mundo que ya no existe pero sigue brillando. •

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