Guadalupe Pérez Arias, la voz en el olvido

Todos los que llegamos a oír a la soprano Lupita Pérez Arias la recordamos como una de las voces más hermosas y cristalinas que hemos escuchado, a pesar de que en mi caso, la escuché cuando ella ya tenía más de 60 años de edad.

Originaria de Guanajuato, Guadalupe Pérez Arias (1921-2005) era egresada del Conservatorio Nacional de Música de México, donde estudió con una plantilla de maestros ya legendarios: Fanny Anitúa, Ángel R. Esquivel, David Silva, Juan León Mariscal, Manuel M. Ponce y Candelario Huízar.  También se había preparado en Madrid y en París becada por el Instituto Nacional de Bellas Artes y avalada por Carlos Chávez, el creador de dicha institución. Venía de una familia de pocos recursos económicos y el estudio de su carrera significó enormes sacrificios.

En 1946 realizó su debut operístico en el Palacio de Bellas Artes, donde interpretó con gran éxito el protagónico de La finta giardiniera, de Mozart. También fue solista del Coro de Madrigalistas y, después, miembro del grupo de concertistas del INBA.

Formó parte de la Academia de la Ópera y se incorporó a la Compañía de Ópera nacional. Con la Compañía de Ópera de Guadalajara hizo giras por la República Mexicana en los años cincuenta y sesenta. En 1954 formó el trío Arco Iris, que interpretaba canciones de Gonzalo Curiel, José Sabre Marroquín, Gabriel Ruiz, Jesús Martínez Gil y Gonzalo Cervera.

Se hizo famosa por haber sido la voz de Blanca Nieves y la Bella Durmiente de las películas de Disney, lo cual no sorprende porque era una soprano lírico-ligera, que se caracterizaba por la belleza y claridad de su voz.

Trabajó en seis temporadas internacionales en el Palacio de Bellas Artes de México (1958, 1960, 1963, 1967 y 1969). Su debut en Ópera Internacional lo hizo con un papel ruso: Xenia en Boris Godunoven 1958 al lado de Nicolai Rossi-Lemeni y Nicola Zaccaria.

El único papel protagónico que abordó en esas temporadas fue Musetta, primero en la producción liderada por Giuseppe di Stefano y Margherite Roberti en 1960 y después al lado de Manuel Ausensi como Marcelo y la Zylis-Gara como Mimí en 1967. Este papel, junto con el de Mimí, es el que más se quedó grabado en la memoria de lso espectadores, sobre todo porque los cantó al lado de estrellas como Di Stefano y no solo en México, sino también en la Opéra Comique de París.

Además, en estas mismas temporadas organizadas por Concepción de Quesada, cantó otros papeles pequeños como Amor en Orfeo en 1960 —junto a las dos cantantes mexicanas más famosas de su momento, Oralia Domínguez e Irma González—, Tebaldo en el Don Carlo que protagonizó Nicolai Ghiaurov en 1964 y Ana en Nabucco: una producción que se repitió en 1963, 1967 y 1969 donde colaboró al lado de cantantes como, de nuevo, Manuel Ausensi, Aldo Protti o Elena Suliotis, dirigidos escénicamente por Tito Capobianco.

El programa de mano del 12 de noviembre de 1972 del Gran Teatro del Liceo, conservado en el MAE-Centre de Documentació de les Arts Escèniques, pertenece a la primera de las tres óperas donizettianas que programaban ese año: L’elisir d’amore, montaje en la que debutaba la maestra Pérez Aria haciendo el papel de Gianetta. La soprano mexicana tenía casi cincuenta años en ese momento.

No era la primera opción para ese papel, que según el programa general de la temporada 1970-1971, en un principio iba a ser interpretado por Fredereika Wisehast (como si no fuera suficientemente desangelado ese debut para la calidad vocal que poseía).

Sin embargo, es de llamar la atención que hayan pensado y contratado a una extranjera de esa edad para el papel secundario de una chica joven, normalmente este tipo de papeles lo cantan artistas locales en sus inicios de carrera.

Una razón que se puede deducir es que Salvador Ochoa, director de orquesta y maestro interno que colaboró con el Gran Teatro del Liceo en varias temporadas incluyendo la producción inmediatamente anterior de Aida, pudo haberla recomendado con la idea de que, si se le invitaba a hacer este papel, sus cualidades vocales convencerían al empresario para futuros contratos. Pero eso (inexplicablemente) no sucedió.

Cantó también en EU, Centro y Sudamérica, y formaba parte en los cursos de música antigua de Conchita Badía, en Santiago de Compostela. En 1979 cantó como solista L’Ascenzione, de Bartolucci, con motivo de la inauguración de la nueva Basílica de Guadalupe.

Entre sus últimos trabajos están sus participaciones como Electra, en Orestes parte de Federico Ibarra (1984) y en el estreno de la cantata Gneis, de Federico Álvarez del Toro.  Desde 1988 se consagró a la docencia vocal.

La verdad es que Lupita Pérez Arias no cantó los grandes papeles de su tesitura: nunca abordó Lucia, Manon o Margarite, lo cual es sorprendente dada su calidad como intérprete de la que ya casi no nos quedan testimonios, pues hay muy pocas grabaciones y Disney remasterizó sus doblajes de la películas en las que participó.

Lo que también sigue siendo inexplicable es por qué una cantante como ella no cantó más ni obtuvo más reconocimiento en su propio país o en el extranjero. Excelente músico y cantante, todos los que la conocieron sabían de su valía como artista, pero sus intervenciones  casi siempre fueron en papeles secundarios o co-protagonistas.

Murió en el año 2005, en la ciudad de México, olvidada y con una muy pequeña pensión de retiro. Todavía hoy no se le hace ningún homenaje ni como maestra, ni como artista. La maestra Pérez Arias es uno de los muchos ejemplos de cantantes de muy buen nivel que nunca obtuvieron el reconocimiento que su trabajo merecía ni dentro ni fuera de su país. •

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